POR: Antonio Macea
SOPORTANDO LA PRUEBA. I
El
propósito de Dios para el hombre: Una vida plena El
Señor Jesús dijo: “El ladrón solamente
viene para robar, matar y destruir. Yo vine para que la gente tenga vida y la
tenga en abundancia” (Juan 10:10. Versión: Nuevo Testamento, la Palabra de Dios
para todos). Pienso que si pudiera apilar el enorme volumen de
correspondencia que llega a diario con problemas de diversa índole, la oficina
que ocupo no podría contener tantos documentos. Los corresponsales son hombres
y mujeres sinceros, cuyo principal propósito es vivir a Jesucristo en el día a
día pero encuentran dificultades para aceptar, asimilar y llevar a la práctica
su nueva condición de hijos de Dios
nacidos de nuevo. Por supuesto, nada reemplaza el contacto cara a cara,
pero curiosamente el que las personas puedan contar sus dificultades al amparo
del relativo anonimato que ofrece un correo electrónico, abre las puertas para
que haya franqueza y confianza al volcar sus sentimientos. La principal
dificultad estriba en que no podemos hacer un seguimiento a cada caso como
quisiéramos, porque muchas veces al intentar restablecer el contacto para
conocer cómo evolucionan las cosas, los correos simplemente se pierden en ese
lugar indeterminado del Internet a donde van a parar los mensajes que nadie
quiere o considera conveniente responder. En mi caso no es asi, siempre saco
tiempo para leerlos, oro por cada necesidad o problema planteado, pero lo
esencial seria hacerles una visita programada para estrechar o solidificar una
confianza que nos permita llegar al fin deseado. Sin
embargo existe una interrogante siempre convergía en un solo punto: ¿Cómo
hacerlo de una manera sencilla, sujeta a los principios bíblicos y que además,
se manifestaran eficazmente mediante un adecuado acompañamiento con
orientaciones oportunas? No podemos desconocer la enorme responsabilidad que
nos asiste de atender lo que consideramos es un requerimiento a todo líder,
consejero o pastor. Ahora bien cuando Dios da vida al género humano, lo puso en
un Jardín preparado con antelación para que pudiera disfrutar de todo aquello
que había ocupado sus primeros días de creación. Imagine a un padre amoroso que
construye una casa para su hijo, la provee de todo lo necesario y cuando considera
que todo está a punto, le entrega las llaves. ¡Eso fue lo que hizo el Señor con
nosotros! ¿De dónde provienen entonces las situaciones
traumáticas que afloran en decenas de personas trayendo amargura a su
existencia? Del pecado. Cuando vamos en contravía de los propósitos del Creador
para nosotros, asumimos las consecuencias. Pero hay una buena noticia: el Señor
Jesús mediante su muerte en la cruz eliminó la brecha que nos separaba de Dios
y ahora podemos disfrutar de la plenitud de vida que tenía planeada desde un
comienzo para usted y para mí. “Por eso el sacrificio del cuerpo de
Cristo nos hace sanos porque él hizo lo que Dios quería al sacrificarse una
sola vez y para siempre. Nos ha limpiado y liberado de toda culpa, y ahora
nuestro cuerpo está lavado con agua pura...“(Hebreos 10:10, 22. Versión: Nuevo
Testamento, la Palabra de Dios para todos) ¿Hay razón para que
continuemos en tal condición de tristeza, amargura y desesperanza no solo en el
presente sino hacia el futuro porque todavía nos gobiernan los recuerdos y
sensación de culpa de cuanto hicimos en el pasado? En absoluto. Fuimos lavados
y cada día es un nuevo capítulo por escribir. Todo ser humano tiene un área
espiritual, lo reconozca o no, que le abre las puertas para relacionarse con
Dios o como le llaman algunos, con un Ser Superior. Esta área es de suma
importancia. Sin embargo no estará en pleno desarrollo hasta tanto
restablezcamos la relación con Aquél que creó todas las cosas, incluso a usted
o a mi. ¿Qué nos separó del Señor? El pecado de Adán y Eva que sembraron en
todas las generaciones desde entonces hasta la nuestra, una naturaleza
pecaminosa siempre latente. Construir un puente que nos acercara al Padre fue
posible por la obra del Señor Jesucristo. Aún así, hay quienes no conocen ese
proceso maravilloso de liberación del pecado que se produjo en el Monte
Calvario y siguen distanciados del Creador. Para eliminar esa brecha,
Jesucristo nos llama a todos. Él dijo: “Yo estoy a la puerta, y llamo; si
oyes mi voz y me abres, entraré en tu casa, y cenaré contigo” (Apocalipsis 3:20 La
obra ya se hizo en la cruz. Somos libres. Sin embargo tal libertad no será
posible hasta tanto la comprendamos, asumamos y pongamos en práctica para dar
paso a una naturaleza renovada. ¿Cómo lograrlo? Derribando los muros que nos
mantienen alejados de Dios. Y, ¿cómo nos acercamos a Él? Por medio del Señor
Jesucristo. “Jesús le respondió (a Tomás) Yo soy el camino, la verdad y
la vida. Sin mi, nadie puede llegar a Dios el Padre” (Juan 14:6. ¿Desea
ser un Consejero Cristiano? Primero, restablezca su contacto con Dios. ¿La
razón? Hay decenas de personas que hablan de Dios, aconsejan asegurando que lo
hacen sobre la base de pautas bíblicas y posan de ser cristianos, pero todavía
no conocen a Dios. No han tenido un encuentro personal con Él, que es posible a
través del Señor Jesucristo. Somos
criaturas de Dios y Él nos ama, a pesar de nuestras fallas. Obviamente su
propósito desde la eternidad para nosotros
es que crezcamos en los niveles espiritual y personal. ¿En nuestras fuerzas?
No, en las que provienen de Dios. Un
hombre de la antigüedad quien comprendió que los planes del Señor para él eran
fabulosos, escribió: “Soy una creación maravillosa y por eso te doy
gracias. Todo lo que haces es maravilloso, ¡de eso estoy bien seguro! Tu viste
cuando mi cuerpo fue cobrando forma en las profundidades de la tierra; ¡aún no
había vivido un solo día, cuando tú ya habías decidido cuanto tiempo viviría!
¡Lo habías anotado en tu libro!” (Salmo 139:14-16 TLA – SBU). Nuestro
amado Padre definió las características genéticas, el aspecto físico, las
emociones y los rasgos básicos del carácter y la personalidad. ¿Quién podría
obrar mejor un cambio en nosotros que Dios quien nos creó? Cuando se produce
tal transformación, es como si cayera el velo que nos impedía reconocer cuál es
el propósito que tiene para nosotros. En el proceso de trato del Señor con cada
uno, llegamos a aceptarnos tal como somos y emprendemos la tarea de crecer en
todos los órdenes; por supuesto, tal crecimiento implica aplicar ajustes donde
hay fallas. ¿Cuánto demoran los cambios que tanto anhelamos? No
hay un parámetro para determinar que será cuestión de días, meses o de años. En
esencia es un proceso y debemos entenderlo como tal, de acuerdo como lo
describe el apóstol Pablo al referirse a los cambios que podían apreciarse en
sus pensamientos y acciones: “Con eso no quiero decir que yo haya logrado
hacer todo lo que les he dicho, ni tampoco que ya sea yo perfecto. Pero si
puedo decir que sigo adelante luchando por alcanzar esa meta, pues para eso me
salvó Jesucristo. Hermanos, yo sé muy bien que todavía no he alcanzado la meta;
pero he decidido no fijarme en lo que ya he recorrido, sino que ahora me
concentro en lo que falta por recorrer” (Filipenses 3:12, 13.)
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